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Sede Secretaria-Geral

Aplausos en un balcón

No me canso de admirar todo lo que estamos aprendiendo de esta pandemia, realmente creo que va a suponer un cambio de paradigma.

—No te dé pena Ana, esa mujer habrá estado sola antes de la crisis también. Tu atención y tu cariñoso saludo cada mañana seguro que le alegran y le infunden coraje para afrontar el día y calor para su soledad. ¿Te hubieras percatado de su existencia de no ser por esta pandemia? Con las prisas para llevar al niño al cole, llegar a tiempo a trabajar, o escapar del atasco, ¿te hubieras dado cuenta de su café en soledad? Yo creo que no.

Esta es una conversación que mantuve hace unos días con una compañera de trabajo al hilo de la pena que sentía por las medidas de distanciamiento social, por el confinamiento y, especialmente, por la soledad de muchas personas mayores.

No me canso de admirar todo lo que estamos aprendiendo de esta pandemia, realmente creo que va a suponer un cambio de paradigma.

En primer lugar, estamos aprendiendo a desaprender. A ser conscientes de que hay situaciones que escapan a nuestro control, que nos transcienden y que debemos aceptar, pero que, sin duda, nos harán más resilientes.

En segundo lugar, estamos aprendiendo a valorar. A valorar la vida, a valorar la salud y también el trabajo de las personas que nos cuidan. No me cansaré de salir cada tarde a las 8 a aplaudir a nuestro personal sanitario, que, con coraje y entrega, pasa jornadas extenuantes cuidando de los enfermos en condiciones en las que, muchas veces, arriesgan su propia salud y tomando decisiones muy difíciles, que implican una enorme carga emocional. Ellos, junto a investigadores, periodistas, trabajadores del transporte público, cuerpos de seguridad, empleadas de la limpieza, de los quioscos y mercados, ellos y ellas, todos, se merecen todo nuestro respeto y ¡el más grande y sonoro de los aplausos! También he de destacar el esfuerzo de la comunidad educativa, en especial a ese profesorado que se reinventa cada día por instruir, pero especialmente por acompañar y divertir a sus alumnas y alumnos.

Aunque las clases sean virtuales, en estos momentos más que nunca, educan desde el corazón. Desde la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), donde trabajo, también hemos puesto nuestro granito de arena en favor de la educación con la creación de toda una batería de recursos formativos de acceso libre porque, en medio de una pandemia sanitaria, la formación es la mejor medicina para las mentes inquietas. Pero, especialmente, porque al igual que los latidos del corazón, el aprendizaje a lo largo de la vida es vital para el ser humano.

Otro aspecto muy positivo de la crisis con la que lidiamos estos días es la tregua que le estamos dando al planeta. La reducción de la producción industrial, del transporte y del consumo, han contribuido a que la contaminación se reduzca a niveles históricos. La calidad del aire que respiramos es importante para la salud, como también lo es el medio ambiente para nuestra vida futura, la vida después de esta crisis sanitaria, de la que saldremos seguro, no perdamos la esperanza, ¡que también es verde!

No ignoro el grave balance de pérdidas humanas y me apena. Tampoco las fuertes turbulencias que se están produciendo en la economía y me preocupa. Pero la actitud con la que afrontemos estas dificultades será la mejor herramienta para superarlas. Y, desde luego, la unidad y la fortaleza que yo percibo estos días en nosotros me dice que sin duda lo conseguiremos.

En este punto invito al lector a ampliar nuestro horizonte, a mirar más allá de nuestro entorno más cercano y a enfocar nuestra mirada especialmente en los más vulnerables, en las personas que sufrirán este virus en los países en desarrollo.

El COVID-19, declarado pandemia por la OMS, es un virus global, y como tal, se extiende por todo el mundo. De acuerdo con los últimos datos oficiales, el COVID-19 está presente en prácticamente toda América y el Caribe y aquí el reto presenta múltiples aristas. La primera aparece del lado sanitario, pues los frágiles sistemas públicos se resentirán fuertemente.

Un segundo vértice se muestra del lado educativo, pues el cierre de escuelas repercutirá de manera muy dispar en función del estrato social al que pertenezca el alumnado. Obvia decir que hablamos de la región más desigual del planeta.

Una tercera gran arista, viene indudablemente de la economía, especialmente de la economía informal, que supone cerca del 53% de la población activa latinoamericana, esto es, cerca de 140 millones de trabajadores. Las medidas de distanciamiento social y confinamiento mermarán los ingresos de estas personas, quienes, en su inmensa mayoría, viven al día. La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) estima que el impacto del COVID-19 supondrá una contracción de al menos el 1,8% del producto interno bruto regional, pero esta contracción podría oscilar entre un 3% o 4% del PIB (o incluso más), en función de las medidas que se adopten no sólo a nivel regional, sino también mundial. Este detraimiento se traducirá en un incremento notable de las bolsas de pobreza. De una población total de 620 millones, CEPAL calcula que la pobreza podría pasar de 186 a 210 millones y la pobreza extrema podrían aumentar de 67,4 a 83 millones.

Las medidas de mitigación de los efectos negativos de la pandemia requieren de sistemas públicos sólidos, cohesionados y eficaces, capaces de ofrecer una cobertura social que palíe la brecha entre ciudadanos. América Latina ha avanzado mucho en esta materia. Sin embargo, aún presenta dificultades que debilitarán la superación de esta poliédrica crisis.

El desafío al se enfrentan estos países es mayor, si cabe, que el que experimentamos nosotros. Pero hacemos frente al mismo problema, por lo que todos debemos ser parte de la solución. Debemos sumar fuerzas en forma de ayuda humanitaria, de cooperación, de intercambios, para no dejar a nadie atrás.

Porque si algo tiene de bueno esta pandemia es que nos está haciendo ser más conscientes, más empáticos, más solidarios, en definitiva, más humanos.

Estamos aislados sí, pero más vivos que nunca.

 

Edurne Iñigo Regalado

Experta en Educación de la OEI